LA MALDICIÓN DE PTOLOMEO
DIÁLOGOS
ENTRE FÍSICA Y CONCIENCIA
A MODO DE INTRODUCCIÓN
“¿Qué quieres que te diga? Estas son
las fichas con las que me enseñaron a jugar…”
La cita
corresponde a una divertida, pero sabia respuesta que me dio recientemente
un físico de profesión, respecto de mi pregunta
acerca de por qué existe la tendencia en las explicaciones físicas a incurrir,
en lo que he denominado “sesgo de
objetividad”, pues suponen en sus formulas y axiomas la existencia de un Universo
objetivo y externo a los individuos, a pesar de saber que el fenómeno que
experimentamos, del punto de vista de cada sujeto consciente, es
intrínsecamente subjetivo.
Producto de esa inquietud
he concebido el presente trabajo cuyo objeto es generar un contrapunto entre la objetividad de
las leyes físicas y la subjetividad
inherente a la conciencia personal. El tema no resulta menor. Si seguimos la
línea idealista de Berkeley y lo aceptamos por un minuto… ¿Qué ocurre con la Física?
¿Qué es? ¿Podemos predicarla como un componente objetivo?
Incluso, si
evaluamos la tesis central de Kant ¿Qué papel juega la física respecto del
nóumeno o la cosa en sí?
Estos inquietantes temas los he decidido abordar mediante
una serie de diálogos novelados, al estilo socrático, entre el suscrito —quien
expone la visión de las leyes físicas con las obvias limitaciones de un lego en
la materia— y Fernando o “loco Feña”, un personaje literario (aunque basado en un individuo real) y que,
cuán filósofo popular, plantea las hipótesis relativas a la conciencia
subjetiva.
Es también un renovado debate entre un Universo objetivo
y científicamente estructurado frente a ese cadáver filosófico, pero que goza de buena salud, denominado solipsismo.
Me disculpo de antemano por mis malas apreciaciones de
muchos aspectos relativos a la Ciencia o la Filosofía, pero considero que las
inquietudes que aquí se esbozan son un buen ejercicio reflexivo para cualquier
estudiante interesado en la Física y la Filosofía de las Ciencias, y también, como un estimulo a la inquietud metafísica, ámbito en el que espero, este trabajo puede ser de alguna utilidad.
I UNA CUESTIÓN PERSONAL
Nos reunimos en las cercanías de la estación Mapocho,
como era nuestra costumbre.
Tenía interés en esta ocasión de conocer las opiniones de
Feña sobre el Universo y las Leyes Físicas del Cosmos, a sabiendas que,
probablemente, me encontraría con ideas peligrosas para mis conceptos de lo objetivo
y lo obvio.
Luego de deambular un rato, nos ubicamos en una banca que
daba hacia el norte, de cara al río Mapocho. Feña contempló unos instantes el
cauce del río. El suave murmullo acuoso parecía ayudarle a encadenar sus
pensamientos. Luego, se apoyó en el respaldo con los brazos cruzados a la
altura del pecho y giró su rostro para mirarme de frente:
—Sé que te costará
comprender esto, pero el mundo... o el Cosmos,
pelaíto (solía referirse a mí con ese mote) es una cuestión personal.
Volvió a repetir la frase, que era lo que hacía cuando
expresaba una sentencia contundente.
—“El mundo es una cuestión personal”.
—No te entiendo... —confesé— ¿Por qué habría de ser algo personal? Yo veo lo mismo que tú
alrededor: el río, la estación, la gente que circula, esta ciudad.
Sonrió como si le doliera mi falta de comprensión.
—Según tú... ¿Cuándo nació el mundo y cuándo se acabará?
—preguntó mordiéndose el labio inferior.
—Bueno, no sé mucho de astronomía ni arqueología, pero se
sabe, al menos, que el planeta se originó hace miles de millones de años. Los
dinosaurios aparecieron hace... no sé, 200 millones de años atrás y los primeros
hombres primitivos alrededor de 7 millones. Tal vez, estoy equivocado en las
cifras, pero lo cierto es que estamos hablando de millones y millones de años
hacia el pasado.
— ¿Y cuándo crees que se acabará? —preguntaba con un
matiz de inocencia sospechosa que auguraba una tomadura de pelo.
— ¡Quién puede saber eso! —exclamé con un cierto fastidio
de tener que responder sobre cosas que nadie puede conocer—. ¡No lo sé! Me
imagino que hasta que el sol acabe su provisión de hidrógeno y se expanda en
una gigante roja y este planeta quede calcinado. Unos cuantos cientos de
millones de años hacia adelante.
—No pelaíto. El mundo tiene una vida bastante más corta y
precisa que eso.
— ¿En serio? —pregunté con sinceridad. La astronomía
siempre me había fascinado y aguijoneaba mi interés el poder oír los posibles
conocimientos que Fernando tuviera sobre el asunto. Ya me había sorprendido un
par de ocasiones antes con su alto nivel cultural.
—“Absolutamente en serio”...—respondió enfatizando cada
palabra.
Luego de una profunda exhalación añadió:
—El mundo se originó el día en que tú naciste y se
acabará, indefectiblemente, el día de tu muerte.
Me eché atrás en el asiento sorprendido. No podía dar
crédito a lo que oía. Evidentemente, razoné a continuación, Fernando estaba
haciendo una interpretación metafórica y eso me tranquilizó.
—No vayas a pensar que es una metáfora —agregó coincidiendo exactamente con lo que
pensaba—. Lo que te digo es absolutamente ajustado a la realidad. El Cosmos no sobrevivirá ni un segundo más una vez que
te hayas muerto. Así como tampoco existió ni un minuto antes que tú nacieras.
— ¡Feña, pero eso es tirado de las mechas! Mis padres,
mis abuelos, ellos estaban en este mundo antes que yo llegara. De lo contrario,
no podrían ser tales. Mi madre es mi madre, porque nací de ella. Luego, por
fuerza tenía que estar aquí antes que yo ¡Es absurdo tener que defender algo
tan obvio con razonamientos de Perogrullo! —espeté molesto.
Fernando se volvió hacia adelante apoyando sus manos en
el borde del asiento.
— ¿Ves? Te advertí que no era fácil de digerir —comentó
sonriendo compasivamente.
—Mira pelaíto. Sé que es difícil de entender, pero dime, todo
este mundo que te rodea, estos árboles, la tierra, esta banca, la estación, la
Cordillera de los Andes, yo mismo
que estos instantes formo parte de tu entorno ¿qué somos para ti?
—Cosas, objetos materiales y en tu caso un ser vivo
—contesté algo inquieto.
— ¿Pero estas cosas qué son en esencia?—. Golpeó con sus
nudillos el borde superior de madera de la banca.
—Materia... materia
sólida.
—Sí, pero de qué está hecha esta materia que tú llamas
sólida.
—No sé, de estructuras moleculares y átomos.
— ¿Y los átomos de qué están hechos?
—Electrones, protones, neutrones y partículas
subatómicas.
Feña no pudo evitar reírse.
—Qué gracia me causa escuchar a un abogado responder con
tanta seguridad sobre aspectos científicos... ¡y hasta te lo tomas en serio!
Cualquiera diría que sabes de lo qué hablas.
—No se necesita ser un eximio físico para saber esto.
Forma parte de la cultura general —aclaré.
—Bueno, entonces ¿de qué están compuestas las partículas
subatómicas, “Einstein”?
Callé. No me atrevía a seguir hablando. Desde ese punto,
el tema se me ponía difícil.
—Si seguimos profundizando siempre habrá un punto en que
no sepa qué decir. La Física Subatómica es la frontera del conocimiento actual
—alegué.
—“La frontera del conocimiento” —repitió Fernando
mofándose de la solemnidad con que lo dije—. Esa idea de frontera implica que
hay algo más allá y después que se llegue al nuevo límite, damos otro pasito y
así sucesivamente, otro pasito, otro descubrimiento, otro pasito, otra nueva
teoría, otro pasito y así y así por
cientos de años hasta que este planeta se achurrasque al extinguirse el sol o
bien, sea volado en mil pedazos por la estupidez humana ¿no es cierto?
—Si, por supuesto que es cierto, pero así avanza el
conocimiento humano.
—Sí, avanza. El
problema es hasta dónde ¿Este avance tiene un término o es una búsqueda
infinita?
—No creo que sea infinita. En algún momento el hombre
podrá explicarlo todo.
— ¿Eso crees? Resultaría tan fácil como contar todos los
números.
Lo miré desconcertado. No entendía la relación de los
números con el avance de la ciencia.
—Los números son la expresión cuantificable de este Universo
infinito. Los Físicos y los Cosmólogos se entretienen tratando de averiguar más allá,
pero nunca llegarán al final, porque los números reflejan la condición infinita
del Cosmos. Imaginemos, por un minuto, que el actual estado de la ciencia
equivale al descubrimiento número 414, por poner alguno. Es decir, desde que el
hombre se empezó a interrogar acerca de la naturaleza y el Cosmos con criterio
científico. Supongamos, a partir de la época de los griegos y hasta hoy, junio
de 2011, el hombre lleva 414 descubrimientos. Dentro de algunos años habrán
logrado 5 nuevos descubrimientos, es decir, el descubrimiento 415, 416, 417,418
y 419. Extrapola esto al final y dime ¿cuál es el último dígito de la secuencia
numérica que equivaldría al descubrimiento último y final?
—El que corresponda al último número.... —declaré sin
querer.
—Y los números son infinitos —sentenció Feña.
—Pero no creo, sinceramente, que la relación sea tan “uno
a uno”, Feña.
—Pero así es, pelaíto. Siempre que te haces la pregunta
¿y más allá qué? es porque existe otra posibilidad para cuantificar y por lo
mismo seguir contando. Siempre después de
n, existirá la posibilidad de n+1.
Me tomé la cabeza con una mano, mientras con la otra
jugueteaba con la lapicera en el borde
del asiento. La explicación de Fernando me tenía no sólo confundido, sino que
también, abatido.
—El tema de la comparación numérica es aún más
desconcertante. Hemos visto lo que ocurre con una escala numérica lineal, hacia
adelante. Hacia atrás, ocurre lo mismo. ¿Qué pasa con el origen del Universo?
Si el presente fuese el 0 de la escala numérica, todo lo que se ha descubierto
del pasado deberíamos expresarlo en números con signo negativo ¿no es cierto?
Veamos entonces qué deducimos. Considera que la época de los dinosaurios es el
descubrimiento N° -312; el surgimiento de la vida unicelular en la sopa
orgánica primordial, es el descubrimiento N° -1035; la formación de la tierra,
el N°-2223; la creación del sistema solar, el descubrimiento N° -3025. Pero ¡Oh!
¡Qué contrariedad! —exclamó Feña haciéndose el sorprendido— Los números
negativos también son infinitos. Luego, llegar al origen de todo sería tan
sencillo como contar todos los números negativos desde el -1 al -n. ¿Te das cuenta de lo que quiero
decir? Hacia el pasado o el futuro nos encontramos atrapados por lo infinito.
— ¿Me estás tratando de decir que el impulso de la
especie humana por querer descubrir el principio y el fin es una aventura sin
destino? —pregunté vencido, sabiendo de antemano la respuesta.
Feña, por el contrario, parecía que seguir escarbando en
esa paradoja lo estimulaba.
— ¡No te rindas tan pronto, pelao! Ahora viene lo mejor.
Además, sabemos que toda unidad es susceptible de ser dividida en infinitas
partes, tantas como son los números, cualquiera sea el tamaño del objeto que
elijas. Por ejemplo, esta banca. puedes
separarla en sus componentes conocidos hasta llegar a las partículas
subatómicas, pero dado que la posibilidad de fraccionar es también infinita,
puedes seguir hasta la eternidad descubriendo nuevas formas de dividir
cualquiera partícula, cada vez, descubriendo nuevos subcomponentes y después de
estos subcomponentes, aparecerán los sub—sub componentes y luego los sub—sub—sub
componentes en una carrera loca e inútil por llegar a lo último.
— ¿Y crees que existe algo último?
— ¡Claro! puedes ahorrarte todo ese trabajo inútil.
— ¿Cuál sería la composición última de las cosas, Feña?—.
me senté de lado esperando
ansioso su respuesta.
—Para variar.... Nada—. me
sonrió como si me hubiese atrapado una vez más en una vieja broma—. ¡Nada,
pelao! y no es un chiste ni una salida fácil. Extrapola mentalmente cuál sería
el resultado final de una infinita división de algo.... ¡Nada!
Esa es la consecuencia final... Luego, aunque cueste
creerlo, el Universo está hecho esencialmente de nada.
Fernando se levantó y remachó su idea con una
manifestación histriónica apuntando diferentes objetos y golpeando la tierra.
— Este cuerpo está hecho de nada. La tierra que piso es
nada. Las estrellas son nada. Esta banca está hecha hermosamente de nada...
Todo es nada. Recordando la sabia frase que dicen las viejitas en los velorios.... “No somos
nada”.... ¡Nada de nada!
—Pero hay algo errado en esa idea, por lógica que
parezca, porque yo estoy aquí. yo
existo y tu también.
— ¡Corrección, señor abogado! De lo que puedes estar
seguro es de que tú existes, pero todo lo que te rodea es una construcción
mental que está hecha de nada, incluido yo, que soy un elemento más del mundo
que has creado.
Fernando se sentó a mi lado y me dijo en un tono de seria
gravedad:
—“Tú eres Dios viendo una película sobre un personaje
llamado Nolberto una tarde de domingo”.
Me observó a la cara para ver si había comprendido esa
frase casi poética. Como nada dije, prosiguió.
—Esa película, es el mundo que crees material, porque se
comporta en base a ciertas reacciones físicas y químicas preestablecidas, como
las cláusulas de un reglamento que estamos obligados a respetar. Por ejemplo,
si yo golpeo la madera de esta banca con mi mano, debo sentir dolor. Si golpeo
más fuerte, la mano debe hincharse. Si aplico aún más fuerza, deben quebrarse
los huesos. Y así con todas las reacciones físicas que bien han definido los
hombres de ciencia como “Leyes Físicas”,
“Leyes Químicas”, “Leyes Biológicas”,
etcétera. Esas leyes, que son las únicas que debieran intentarse violar,
paradojalmente, las respetamos estrictamente, todos los días, a cada segundo,
desde que empezamos a crear este mundo en nuestra mente y a obedecer a esas
leyes. ¿O no señor jurisconsulto?
No contesté. me
imaginaba cómo podía ser posible desobedecer las leyes físicas, pues Fernando
acababa de plantearlo sutilmente. Feña interrumpió mis reflexiones.
—Mira, abogado, volviendo a nuestra problemática inicial.
El mundo como lo conoces, nace en el minuto en que empiezas a asimilar y
recordar conceptos. Por eso, nosotros sólo obramos y emitimos juicios respecto
del pasado, ya sea mediato o inmediato, pero el presente siempre se nos escapará
un paso adelante. Vivimos en el pasado porque experiencia que tienes, ¡paf! la
metes a la computadora, la procesas y la reconoces con palabras. Cuando eres
consciente de la experiencia, esta ya pertenece a tu pasado. Una derivada de
esto es que sólo puedes pensar y emitir juicios y opiniones respecto de lo que
conoces y cuando crees interrogarte sobre lo desconocido, solamente, se trata de
interrelaciones que tu astuto software mental hace de cosas conocidas, o sea
“reconoce” algo—. Hizo una digresión—. fíjate
en el término: “re-conocer” implica que lo nuevo lo tomas y lo comparas con
algo conocido y entonces repites el proceso de conocer, es decir, reconocer.
Luego, el mundo no es más que un montón de recuerdos, ya sea que estos sean
recientes, menos recientes o remotos.
El mundo nace cuando puedes dar cuenta de él con
conceptos memorizables. Considera esto, Nolberto. Si pierdes el conocimiento,
el mundo se acaba. ¿Cómo sabes que el mundo no se acabó? Cuando abres
nuevamente los ojos y adviertes que solo tuviste un desmayo. Lo mismo ocurre
cada vez que nos acostamos a dormir en las noches y no soñamos. ¿Cómo sabemos
que estuvimos durmiendo? Al despertarnos y recuperar la conciencia al otro día.
Entonces, dices: “¡ah! estuve durmiendo”. Pero al morir, que es una forma de pérdida
de conocimiento permanente, el mundo desaparece, desaparecen tus amistades, tus
conceptos del Universo, tus temores, tus amores, el concepto de tiempo, tus
angustias, tus ambiciones, en fin, todo lo conocido o todo lo que fuiste capaz
de registrar en tu memoria. Por lo tanto, puedes entender que no me equivoco
cuando te digo que el mundo parte cuando naces y termina cuando mueres.
—Pero, Fernando, si yo tomo, al poco tiempo de nacido,
conciencia de mi abuela, por ejemplo, y la identifico como tal cuando ella
tenía 50 años, es un hecho que el mundo, al menos, existió hace cincuenta años.
—Y con esa idea me vas a argumentar que si un nieto tuyo
tiene 20 años cuando tú te estés muriendo, al menos, el mundo continuará unos
60 años más después que tú no estés.
Se sentó a mi lado juntando el pulgar y el índice frente
a su rostro.
—Atiende a esto, pelaíto. Tú naces al mundo cuando tomas
conciencia de él y eres capaz de recordarlo. Pero, curiosamente, el mundo nace
también contigo. Es, te repito, como ver
una película en el cine. Supongamos, una película de la Segunda Guerra Mundial.
El film parte con ciertos antecedentes previos, los conflictos desencadenantes,
la situación de Europa de la época, el ascenso de Hitler, el Tratado de
Versalles, etc., pero esos antecedentes son sólo eso, antecedentes para
explicar la acción de la película y cuando ésta termina, ya sea con la victoria
o la derrota de los protagonistas, tú puedes deducir los efectos posteriores a
la película, pero eso es sólo una suposición; pues, la película real, es decir
las acciones que transcurren frente a los ojos del espectador, tienen un
principio y un final muy definidos: las dos horas que dura el filme.
— ¡No puedo aceptar eso, Fernando! Es un hecho que el
mundo sigue después que yo muera. Piensa que alguien esté sujetando mi mano en
el instante de exhalar el último suspiro. Al morir, yo sé que esa persona
seguirá sujetando mi mano y por lo tanto que el mundo seguirá dando vueltas.
— ¿Sí? ¿Y quién te lo va a ir contar si tú estarás
muerto? ¿Cómo puedes asegurarme que esa mano piadosa, junto con tu habitación
mortuoria, el pueblo donde ocurra tu muerte, el país al cual pertenece ese
pueblo, el sol que lo iluminaba si hubieses muerto de día, no se esfumen en un
remolino como el pueblo de Macondo de
García Márquez, junto con el cese de tu vida?
Feña me miró con los ojos abiertos. Me daba la impresión
que pretendía traspasarme el asombro que le causaba su propia visión
cosmológica.
—Te lo repito una vez más. El mundo es una cuestión
personal tuya. Nadie podrá vivir tu experiencia de vida y para cada persona el
mundo es propio personal y subjetivo.
Se sentó con su
espalda recta. Juntó sus manos dando una pequeña palmada y continuó:
— Un ejemplo
¿Conoces Nairobi?
—No. Sólo de referencia —reconocí.
—Me imagino que tus doctas referencias son las películas
de Tarzán ¿no?
Sonreí algo turbado.
—No te avergüences. Por eso te puse el ejemplo. Yo
tampoco conozco Nairobi, pero al igual que tú, me lo imagino gracias a las
películas de Tarzán. Entonces, tu idea de Nairobi es la de un pueblo medio
tribal, perdido en la selva africana del primer tercio del siglo XX. Sin
embargo, Nairobi, probablemente, es una gran ciudad con altos edificios y
tránsito similar a ésta. Pero mientras algún agente externo no modifique tu
concepción, ya sea un reportaje o una visita personal, Nairobi seguirá siendo
la idea que de ese lugar tienes y así pasa con todos los conceptos de la vida.
Como decía un filosofo atinadamente “yo soy yo y mis circunstancias”. Eso es la
vida y el mundo en realidad. Ahora, en el fondo de la cuestión, da lo mismo si
te imaginas algo que sólo conoces de referencia o lo conoces efectivamente,
porque, como ya vimos, de todas formas el Universo está hecho esencialmente de
nada. Luego, todo lo que existe son nada más que representaciones mentales con
las cuales interactúas produciendo efectos previstos por esas llamadas Leyes de la Física.
Fernando se acomodó, nuevamente, con sus brazos cruzados
a la altura del pecho e inclinó su cuerpo hacia mí para que le escuchara
claramente.
—Entonces, si me preguntas que es para mí el Universo,
sólo puedo decirte que es una representación mental. Una cuestión personal de
un solo individuo frente a la inmensidad de lo desconocido.
Fernando calló.
El murmullo del río, daba la impresión de burlarse a
carcajadas de mi ciega creencia en una realidad trascendente a mis
circunstancias personales.
II LA MALDICIÓN DE PTOLOMEO
No sabía si deseaba reunirme nuevamente con Feña. Me
sentía abatido con sus heterodoxas visiones sobre casi todo los temas que
charlábamos.
Sus opiniones era la manifestación del solipsismo más
extremo que hubiese podido oír. Sin embargo, reconocía en Feña expresiones de
Berkeley, de Kant, de Schopenhauer e
incluso pasajes solipsistas del Tractatus de Wittgenstein, pero ninguno de esos
autores había logrado expresarlo de la forma demoledoramente actualizada de
Feña.
Finalmente, decidí encontrarme con él, cerca de las 5 de
la tarde, un día domingo de junio extrañamente soleado y despejado para esa
época del año. Me animaba una idea que había fraguado y que destruía la linealidad
absoluta planteada por Feña: el Big Bang. Al menos, el Universo si tenía un origen
y no era un pasado infinito. Los radiotelescopios y la radiación de fondo así
lo indicaban.
Lo encontré cerca de los antiguos silos de acopio en la
parte poniente del Parque de los Reyes. Feña había encontrado una posición
elevada que le permitía un lujo curioso a fines del otoño y en una ciudad tan
contaminada como Santiago: una visión anaranjada hacia el suave cordón montañoso del poniente,
matizada de nubes dispersas premonitorias del próximo atardecer.
— ¿Suave tu vida,
pelaíto? Fue su típico saludo.
—Sí. Feña ¿Y tú cómo estás?
—Suave, pelao, todo suave… Como no estar tranquilo –agregó—
si vamos a tener una puesta de sol gratis en esta cochina ciudad, sólo para
nosotros.
Tras una profunda exhalación musitó con los ojos
cerrados: —El mundo personal es mágico.
—Pero la magia no existe Feña, salvo como una expresión
poética —me encantaba “enmendarle la plana” a sus raras ideas.
—Eso lo veremos pelaíto, eso lo veremos. Se giró con los
ojos entrecerrados por la resolana de la tarde y me dirigió la pregunta que
esperaba:
—Y bueno, vamos a seguir hablando de ciencia ¿O no?
—Si, Feña, y quería señalarte, de partida, que tu
linealidad infinita no es tan cierta.
— ¿Sí? —Exclamó sin mucho asombro—. Ya que me vas a
atacar, supongo que trajiste al menos algo para comer.
Me sonreí y le acerqué un trozo de una barra de chocolate
que portaba.
—Ahora sí —exclamó—. Estoy listo para todo.
—Mira, Feña. Te concedo que pueda ser infinito nuestro
conocimiento hacia el futuro, pero no ocurre lo mismo hacia el pasado, ya que
nuestro Universo surgió de una primera gran explosión. Incluso, los potentes radiotelescopios
demuestran ese evento.
— Te refieres al Big Bang?
—Correcto Feña —exclamé, contento que además tuviese
conocimiento de ese fenómeno.
Feña pensó un rato moviendo la barbilla intermitentemente
de arriba y abajo y luego agregó
— ¿Y no me dijiste recién que no creías en la magia?
Lo mire sorprendido. ¿Qué tenía que ve un hecho eminentemente
físico con la magia?
Fernando parecía adivinar mi inquietud.
—Si crees en el Big Bang, entonces crees en la magia.
—No entiendo bien tu razonamiento Feña.
—Eso es lo que pasa a los físicos. Suelen ser muy buenos
observadores, pero malos filósofos, así que sacan pésimas conclusiones, y para
peor, conclusiones que no son lógicas. Ellos dicen que el Universo “surgió”. Luego,
en la primera partícula que generó el gran estallido estaba comprimida toda la
materia y la energía, y que al producirse el estallido el espacio se empezó a
formar a medida que la materia y la energía
se expandían ¿No es cierto?
Asentí con mi cabeza. Para variar, Feña dominaba el tema bastante mejor que yo.
—Pues bien… los físicos no se dan cuenta de un hecho que,
de ser cierto, deja chica hasta la supuesta labor creadora de Dios… si el Universo
surgió… ¿Qué había antes? Debo concluir necesariamente que nada ¿Y cómo de la nada puede surgir algo?
Me miró ladinamente y extrajo el fondo de tela del bolsillo de su raída chaqueta con el
índice y pulgar de su diestra, en ese típico gesto de no tener dinero.
—“No se puede sacar de donde no hay”, pelaíto. Ergo, sólo
un acto de magia puede hacer salir algo de la nada.
—Pero, tal vez, si lo que había era una singularidad, puede que la materia surgiera
de alguna forma —agregué a sabiendas que
estaba dando manotazos de ahogado con un
concepto difícil de asimilar por legos.
—“Singularidad” ¿qué es eso? —preguntó Feña abriendo los
ojos en señal de sorpresa.
—Es un estado especial del Universo donde las leyes
físicas conocidas no operan. Traté de explicarlo en un tono de docto convencimiento,
aunque sabía en lo profundo que no comprendía bien de lo que hablaba.
—Interesante… ¿Dame otro pedazo de chocolate? Primera vez
que traes uno decente.
—Le mostré el envoltorio vacío y subí mis hombros en
señal de exculpación.
—Se acabó, Feña. Lo siento.
Feña me miró. En su rostro danzaba una sonrisa triunfal.
—Entonces, fabrícate una “singularidad” —dijo remedándome—.
Ya que crees en “San Big Bang”, entonces debes ser capaz también de de creer en
algo más pedestre como ser capaz de, por
tu propia voluntad, hacer salir de la
nada una barra de chocolate.
Miré el envoltorio y, como si en él estuviese escrita una
respuesta aplastante, comprendí la certeza lógica de Feña. Los físicos hablan
del instante de la máxima comprensión de nuestro Universo, pero es una
suposición parcial, ya que efectivamente un proceso de Big Bang supone un
origen… un origen que es la propia negación de lo que ES, es decir, la NADA… Un
opuesto que no puede engendrar el concepto contrario.
—Lo siento, pelao —Feña parecía entender mi conmoción—, pero
no puede haber Big Bang. No en el TODO. Eso puede ser válido para la
explicación de tu Universo personal, pero es un absurdo en la totalidad.
Me senté a su lado mirando al suelo. No tenía ánimo de
discutir sólo de comprender.
—Pero ¿cómo
explicas el efecto Doppler Feña?
—Si me dices de qué se trata puede que opine algo. Se te
olvida que no tengo tu amplia formación de Filósofo de las Ciencias —enfatizó
con agradable ironía.
—El efecto Doppler es la extensión o contracción que
experimentan las ondas luminosas o sonoras que emanan de un móvil que se aleja
o acerca. Eso se observa en el ruido que emiten los autos que pasan veloces
cerca de ti. ¿Te fijas que hacen un ruido que sube de tono y luego baja?
Feña hizo un “¡bruuuum!”
en un tono bajo-alto-bajo que me demostraba que había comprendido el
fenómeno.
—Eso lo apreciamos con el sonido de autos o motos, pero
los radiotelescopios lo captan a partir de las ondas de luz. Cuando los astrónomos
dirigieron los radiotelescopios al Universo, en todas las direcciones, se
percataron que los colores de estrellas y galaxias experimentan un corrimiento
al rojo en todas esas direcciones. Como consecuencia de ello, se dieron cuenta
que el Universo se expande, ya que el corrimiento al rojo, demuestra que las
ondas electromagnéticas se van alejando, no acercándose.
—Entonces, se supone que, si el Universo se expande, al
retrotraer la película habría un momento en que el Universo nació ¿No es
cierto?
—En efecto, Feña. Es más, se cree que podría haber a
futuro un Big Crunch, es decir que el
Universo detenga su expansión y se inicie el proceso inverso y todo se vuelva a
comprimir hasta desaparecer.
—Y se repetiría la historia como un eterno retorno o un
ciclo de sueño de Brahma supongo —agregó Feña.
—Supongo, respondí mecánicamente.
Feña se levantó y estiró como un gato. Con las manos en
jarras observaba hacia la próxima puesta de sol.
—El Big Bang existe, pelao. Tu efecto Doppler así lo
prueba. El tema es dónde ocurre. Eso es lo que hay que comprender.
Me quedé de una pieza. Había negado brillantemente el Big
Bang y ahora lo reconocía.
— ¿Y dónde sucede Feña? Me imagino que hacia el centro
del Universo
—Exacto. Y no puede ser de otra forma… ocurre en el
centro del Universo.
Me levanté agradado que alguna vez estuviésemos tan de
acuerdo y me ubique a su lado a observar la puesta de sol.
— ¿Dónde estará el centro del Universo, Feña? Seguramente
a unos 13 mil millones de años luz de acá.
Feña largó una carcajada alegre.
—Te pareces a Carl Sagan hablando de “miles de millones”
de todo. No, pelao. Nada está tan lejos ni en tiempo ni en distancia.
— ¿Y entonces dónde crees tú?
Golpeó mi pecho con su índice. —En alguna parte allí
dentro —exclamó.
Miraba alternativamente su rostro y su dedo presionando
mi chaqueta sin comprender.
—Esa es la “Maldición de Ptolomeo”, abogado. Es hora que
la vayas conociendo.
¿La maldición de Ptolomeo? Repetí sonriendo esperando
alguna de las curiosas y graciosas ocurrencias de este extraño filósofo
popular.
—En efecto —dijo Feña apuntando con su índice hacia el
poniente—. Allá tienes la maldición de Ptolomeo: la puesta de sol.
— ¿Y qué tiene que ver la puesta de sol? —Inquirí
confundido.
—Tú lo has dicho… “la puesta”. ¿O acaso te cabe alguna
duda de que el sol se pone?
Ahí caí en la cuenta de la metáfora de Feña, que auguraba
una de sus típicas trampas argumentativas.
—Pero, córtala, Feña. Todos sabemos que es la tierra la
que gira, no el sol.
— ¿Realmente eso crees? —Me dijo simulando una profunda
sorpresa—. ¡Pero si tú lo estás viendo! ¡Mira! —Me remecía del hombro como si
fuese lo más novedoso del mundo—. ¡Si poco a poco se pierde tras los cerros!
—No seas ridículo. Es un hecho que la tierra gira
—agregué con suficiencia.
—Tú nunca has visto ese supuesto “hecho”. Lo crees porque
te lo enseñaron así— . Me encaró entrecerrando los ojos— ¿No es un poco audaz
oponer un producto de tu imaginación contra lo que realmente percibes?
Abrió sus brazos dando la espalda al rojo atardecer y
prosiguió:
—Sea lo que sea lo que digas, en el fondo de tu ser te
manejas con Ptolomeo, no con Copérnico. Y si aceptas que el Big Bang está
dentro de ti, entonces Ptolomeo es el que tiene razón.
—Yo no he aceptado que el Big Bang esté dentro de mí. Esa
es una idea ridícula tuya.
Feña calló un momento. Con las manos en los bolsillos de sus astrosos jeans se paseaba alrededor mío
sumido en profundas reflexiones. De pronto se detuvo con los ojos enfocados al
infinito, como si algo hubiese gatillado
en su mente
— ¿No me dijiste que los científicos habían advertido que
el Universo se expande por el efecto Doppler?
—Si, así es
— ¿Y que estos habían mirado hacia todos lados y comprobaron
que el Universo de expandía?
—Cierto.
— ¿Y se expandía en todas direcciones?
—Así es.
— ¿Entonces dónde está el centro del Universo?
—No sé… supongo que hacia donde veían, tal vez, la mayor
concentración de galaxias.
—No, pelao. Si veían la expansión en todas direcciones
significa que el centro del Universo es el observador que mueve el telescopio.
Quedé pasmado ante la profunda reflexión de Feña. En
efecto, si el Universo se expande a partir del observador, entonces, el centro
del Universo es el que corresponde al sujeto que observa.
Feña pareció adivinar mi descubrimiento
—En efecto, pelao, ¿Cómo vas a buscar “el centro” de un Universo
infinito? Es otro desvarío de la física que se inmiscuye de contrabando en la
metafísica. Piensa cómo puede haber un
origen en un espacio infinito, que no sea el sujeto que atestigua ese Universo.
En consecuencia, el infinito danza alrededor tuyo mediante esta escenografía.
Ptolomeo nos maldijo. Pese a todos los esfuerzos copernicanos, acá está, vivito
y coleando.
—Pero eso es metafórico, Feña. Aún aun concediéndote que
el centro del Universo sea relativo, Ptolomeo, a su estilo, estaba errado. De
hecho, para tratar de explicar las incoherencias de su sistema tenía que
inventar trayectorias circulares ad hoc
de los cuerpos en la bóveda celeste a los que llamó epiciclos.
— ¿Y acaso no son también epiciclos lo que hace la cosmología actual? ¿No es un epiciclo
creer que el espacio se expande conjuntamente con la expansión de las partículas?
¿No es otro epiciclo suponer que existe
un espacio- tiempo, una onda-partícula;
suponer la nada y no hacernos cargo de ella para justificar un origen explosivo?
¿No es un epiciclo jugar a interpretar la realidad objetiva cuando sólo tenemos
la experiencia de un mundo personal?
Cruzó sus brazos y volviéndose hacia el moribundo sol,
agregó:
—El origen y la expansión del Universo es sólo una
ilusión que se da en la mente de un ser humano. Allá afuera, sea lo que sea que
hay, está quieto y de alguna forma “lleno hasta el borde”. No existe el espacio
ni el movimiento. Todo es estático e infinitamente particularizado en eventos:
la totalidad de todos los eventos posibles, en todas sus gamas de asociaciones
e intensidades.
Volvió su rostro hacia mí:
—Si el Universo se expande, tú estás inmóvil.
— ¿Cómo es eso, Feña?
—Fácil pelao: imagínate que estamos en el espacio, en la
inmensidad del vacío entre dos galaxias lejanas. ¿Qué ocurriría si ti te ubicas
en el centro de un cubo imaginario? Si en cada vértice del cubo y en cada uno de sus seis lados pones a
observadores con radiotelescopios enfrentados… ¿qué ocurriría?
—Todos se verían alejándose mutuamente.
—Así es, desde tu punto de vista, pero en el contexto de
todos los observadores, si se pusieran de acuerdo, tendrían que llegar a la conclusión
que tú no te mueves. Al ocupar el centro
de la expansión, la expansión no puede “pelotearte de aquí para allá” . Y esa
paradoja es la realidad. Al ser tú la única expresión real de eso que está
afuera, a lo que Kant llamaba el Nóumeno, tú no te puedes mover. Tu supuesto
Big Bang ocurrió en tu cabeza y sigue expandiéndose en la medida que se expande
el fenómeno interior de tu conciencia, pero todo ese Universo baila para ti.
Cuando crees que la tierra es la que se mueve hacia el oriente, en realidad, es
todo el Cosmos que se mueve en la dirección contraria, a diferentes velocidades
y movimientos angulares. La gracia de Copérnico fue detectar una apreciación
más eficiente de esos movimientos. Es decir, una apreciación que generaba
regularidades más eficientes, sin necesidad de “epiciclos”, pero es sólo un
ejercicio imaginativo para armonizar perceptivamente con la danza cósmica que
se genera en tu mundo personal.
Fernando estimó que no tenía más que agregar. Nos
quedamos en silencio unos segundos eternos.
—La noche esta por caer, Nolberto. Creo que es hora de despedirnos.
—Si tienes razón, Feña “la noche esta por caer”—.Lo dije
en ambos sentidos, sin dobleces.
Feña lo percibió y me lo demostró con una sonrisa de
satisfacción. Estrechó mi diestra fuertemente y se alejó a tranco sereno hacia el oriente.
Me volví sobre mis
pasos, aún confundido por todo lo que acababa de oír...
A medida que
caminaba, sentía la curiosa sensación que el mundo se recreaba, a cada zancada, en enormes
escenarios circulares, desde la punta de mis zapatos hasta el horizonte
infinito.
Me detuve extasiado ante esa extraña
sensación. Giré en todas direcciones y me vi, por unos instantes, rodeado
mágicamente por aquello de lo que hablaba este extraordinario filosofo de lo
subjetivo: mi incomprensible, a veces hostil
y, a la vez, tan querido Universo.
¡Esa maravillosa
cuestión personal!
FIN